Terminó mi ruta serrana en el Monasterio de El Paular, Rascafría (Madrid) que es una verdadera joya, ubicada en una zona de las más bonitas de la
sierra madrileña y a pocos kilómetros de la ciudad de Madrid.
Fue comenzado a construir en 1390 por Juan I de de Castilla, aunque la tradición dice que fue por orden de su padre Enrique II debido a que en una incursión guerrera en Francia su ejército había incendiado un monasterio de la orden cartuja y en compensación quiso construir otro en un sitio elegido por él mismo, debido a su belleza y a la abundancia de caza mayor, puesto que era el mejor sitio para cazar osos y lobos de todo su reino. Los reyes Trastámara construyeron un palacio tambien, que hoy en día es un lujoso hotel.
Actualmente está habitado por una pequeña comunidad de monjes benedictinos, aunque durante 450 años fue un monasterio cartujo, la orden con las reglas más austeras. De la vida de los monjes cartujos en el siglo XV procede la curiosa leyenda del perro flamígero, digna de una película de terror:
Fue comenzado a construir en 1390 por Juan I de de Castilla, aunque la tradición dice que fue por orden de su padre Enrique II debido a que en una incursión guerrera en Francia su ejército había incendiado un monasterio de la orden cartuja y en compensación quiso construir otro en un sitio elegido por él mismo, debido a su belleza y a la abundancia de caza mayor, puesto que era el mejor sitio para cazar osos y lobos de todo su reino. Los reyes Trastámara construyeron un palacio tambien, que hoy en día es un lujoso hotel.
Actualmente está habitado por una pequeña comunidad de monjes benedictinos, aunque durante 450 años fue un monasterio cartujo, la orden con las reglas más austeras. De la vida de los monjes cartujos en el siglo XV procede la curiosa leyenda del perro flamígero, digna de una película de terror:
Se cuenta que una gélida mañana de invierno, el monje encargado de la portería del monasterio, al abrir la puerta se encontró con un mendigo postrado. El monje pensó que era uno de los muchos mendigos que acudían en busca de comida caliente y que en su espera se había quedado dormido. Al ponerle la mano encima descubrió con horror que estaba muerto.
Sin perder un minuto, fue a ver al padre prior para contarle lo ocurrido. Estuvieron un rato deliberando, no sabían qué hacer con el cadáver ya que las reglas de la orden cartuja son muy estrictas y no permitían que ninguna persona ajena a la congregación fuese enterrada en el cementerio de la comunidad situado en el jardín del claustro, siempre a la vista de los monjes para recordarles lo efímero de la vida.
Finalmente, decidieron darle cristiana sepultura en el cementerio del claustro, junto a los miembros fallecidos de la comunidad cartuja.
Unas horas después del enterramiento, a las nueve de la noche, las campanillas que llamaban a oración comenzaron a sonar. Los monjes acudieron a la iglesia para rezar, extrañados por no ser la hora en que tocaba ser llamados a oración, que debía ser a las diez.
Hubo un pequeño alboroto y finalmente llegaron a la conclusión de que alguien
se había equivocado y les habían llamado a oración una hora antes de lo
habitual.
Durante varios días ocurrió la misma historia, las campanillas llamaban a oración una hora antes sin que nadie supiese quién era el que provocaba aquel suceso. El prior ya estaba harto de esta situación y ordenó a varios monjes que vigilasen por la noche para descubrir quién era el responsable de aquel alboroto.
Un poco antes de las nueve de la noche, cuatro monjes vigilaban las cuatro esquinas del claustro. Al dar las nueve en punto, las campanas volvieron a sonar. Los monjes se quedaron horrorizados al ver como un perro negro y gigantesco, que desprendia una extraña luz, como envuelto en llamas, después de tocar las campanas, salía corriendo a toda velocidad y se metía en la tumba del mendigo que días antes encontraron muerto a las puertas del monasterio.
Aquella visión heló la sangre a los monjes que contaron al prior que una bestia con aspecto de perro flamígero era el autor de los hechos que tanto les perturbaban.
El prior llegó a la conclusión de que se trataba del espíritu del mendigo que enterraron en el camposanto, que no se había arrepentido de sus pecados.
Decidieron sacar el cadáver de su tumba y arrojarlo a una alberca que había
junto a unas huertas. Cuando el cuerpo del difunto cayó al agua, un horrible
aullido resonó por todo el monasterio, aterrorizando a los monjes.
A las diez de la noche, unos espeluznantes aullidos retumbaban por todo el monasterio. Parecían venir del estanque donde habían arrojado el cadáver del mendigo. Durante muchas noches seguidas se repitieron aquellos gritos, ladridos y aullidos infernales ante el terror de todos los monjes que, desesperadamente, intentaban no escuchar tapándose los oídos y rezando en voz alta.
Durante varios días ocurrió la misma historia, las campanillas llamaban a oración una hora antes sin que nadie supiese quién era el que provocaba aquel suceso. El prior ya estaba harto de esta situación y ordenó a varios monjes que vigilasen por la noche para descubrir quién era el responsable de aquel alboroto.
Un poco antes de las nueve de la noche, cuatro monjes vigilaban las cuatro esquinas del claustro. Al dar las nueve en punto, las campanas volvieron a sonar. Los monjes se quedaron horrorizados al ver como un perro negro y gigantesco, que desprendia una extraña luz, como envuelto en llamas, después de tocar las campanas, salía corriendo a toda velocidad y se metía en la tumba del mendigo que días antes encontraron muerto a las puertas del monasterio.
Aquella visión heló la sangre a los monjes que contaron al prior que una bestia con aspecto de perro flamígero era el autor de los hechos que tanto les perturbaban.
El prior llegó a la conclusión de que se trataba del espíritu del mendigo que enterraron en el camposanto, que no se había arrepentido de sus pecados.
Estanque de la huerta del monasterio |
A las diez de la noche, unos espeluznantes aullidos retumbaban por todo el monasterio. Parecían venir del estanque donde habían arrojado el cadáver del mendigo. Durante muchas noches seguidas se repitieron aquellos gritos, ladridos y aullidos infernales ante el terror de todos los monjes que, desesperadamente, intentaban no escuchar tapándose los oídos y rezando en voz alta.
Claustro con cuadros de Carducho |
Se repitió este espeluznante suceso hasta que un día, en todos los monasterios de la orden de los cartujos, se oficiaron misas por el eterno descanso de aquel mendigo. Después de aquellas misas, el monasterio de El Paular volvió a la tranquilidad.
Retablo de alabastro |
Capilla del Sagrario |
Una visita imprescindible en la Sierra de Madrid. La visita guiada la hacen los propios monjes benedictinos que aprovechan para impartir doctrina católica, pero es barata y amena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario