viernes, 7 de septiembre de 2012

La maldición del Bú 2.0

RELATO GANADOR DEL  PRIMER CERTAMEN DE CUENTOS Y RELATOS DE TERROR TOLEDANO, http://www.rutasdetoledo.es




LA MALDICIÓN DEL BÚ 2.0



“La mejor vista de Toledo”, “un lugar mágico”, “energía positiva”… por todas esas cosas y por una bonita leyenda de amores moros había decidido llevar allí a la mujer que le había enamorado y con la que intentaba empezar una relación.



Había leído en el blog de su amigo Mariano, amante de Toledo y sus leyendas, un artículo sobre un sitio mágico desde el que se dominaba toda la ciudad y sobre el que se contaba la leyenda de un príncipe moro que amó a una mujer y a la propia ciudad de Toledo hasta más allá de la muerte…






Decidieron hacer una visita a la milenaria ciudad. Y habían subido hasta la Peña del Rey Moro, justo encima de la Ermita de la Virgen del Valle. Así llamada por un peñasco con forma de hombre con turbante, un antiguo sepulcro tallado en la roca y una hermosa leyenda medieval de guerra, amor y muerte.



Allí vivieron unos momentos mágicos. Sintieron unas sensaciones únicas, amándose bajo el tibio sol invernal con una maravillosa vista de la ciudad  al fondo.  El tiempo se detuvo y el espacio dejó de existir.  Pasaron las horas sin querer, tumbados en la plana superficie de la piedra donde siglos atrás el príncipe moro llorara la muerte de su amada.

Bajaron de la peña y siguieron su ruta por la carretera del Valle. Muy cerca de allí había otro cerro, con menos vegetación y un poco menos de altura.  Se veían en la ladera restos de construcciones o de excavaciones. Él quiso ascender también a su cima para ver el panorama.  La tarde estaba cayendo sobre la ciudad y empezaba a observarse ese resplandor rojizo que llena de magia el atardecer toledano.

Con la resistencia de ella, iniciaron la corta subida desde la carretera sorteando viejas piedras desprendidas de construcciones olvidadas.  Llegaron a la cima de aquel cerro pelado, donde quedaban los vestigios de alguna vieja torre o atalaya.  El panorama era igualmente bellísimo:  Hacia el río Tajo se precipitaba vertical en un tremendo acantilado.

Volvieron a fundirse en un beso largo, mientras notaban cómo se levantaba de repente un viento frío, muy frío.  Cuando separaron sus rostros, él creyó ver una expresión rara en los bellísimos ojos de su amada, un brillo extraño, tan helador como ese viento repentino.

Se apresuraron a descender del pequeño monte antes de que cayese la noche.  Volvieron a su vehículo, con una extraña sensación. Habían vivido una bella tarde en aquellos parajes pero había algo más, algo incomprensible.

Pasaron los días y el hombre no paraba de recordar aquellos momentos vividos en la Peña del Rey Moro.  Pura magia. Volvió a Internet y al blog de su amigo, para refrescar sus recuerdos y quizá para poner algún comentario positivo de su experiencia.  Pero lo que halló en el blog le hizo sentir un escalofrío: Un artículo sobre aquel segundo cerro visitado. Se trataba del Cerro del Bú.  Y concentraba un puñado de leyendas todas tenebrosas, de diablos, de sacrificios humanos, hechiceros y cuevas encantadas…


Pero lo que más le impactó fue la maldición que decía que si dos amantes se besaban en aquella montaña, terminarían odiándose.

Aquella noche se consumió entre terribles pesadillas acerca de aquel lugar…

 En sueños fue trasladado a un pasado remoto, antes de la historia, antes del nacimiento de la antigua Toledo.  Vio un pueblo primitivo y feroz que ocupaba el cerro.  Participó en una obscena ceremonia donde adoraban a un grotesco ídolo de piedra, con rasgos medio humanos medio animales, de grandes cuernos y deforme cuerpo. A él se dirigían con un sonido gutural, casi animal, algo así como “guu” o “buu”.

A la luz de grandes hogueras, al son de destemplados tambores, aquellos seres salvajes se entregaban a una orgía de sangre y sexo animal.  Sobre un ara de piedra toscamente tallada extendían los cuerpos de sus jóvenes víctimas, a las que degollaba un chamán o sacerdote con una piedra de filo cortante.  Su sangre fluía por unas hendiduras de aquel horrible altar y terminaba en una especie de pila o recipiente de piedra, donde la recogían los vociferantes miembros de la tribu, que se embadurnaban con ella para a continuación abandonarse a una orgía de sexo y violencia. Las vísceras de las víctimas eran extraídas y depositadas a los pies del horrible ídolo de piedra.

Irrumpieron en la siniestra ceremonia una multitud de antiguos soldados, bien equipados con cortas espadas y pesados escudos, que asesinaron uno a uno a aquellos salvajes.  El último en caer fue el líder o chamán, que con los ojos desorbitados lanzaba horribles maldiciones.  El ídolo de piedra fue derribado y arrojado por el precipicio, los cadáveres amontonados y quemados, las toscas construcciones que ocupaban la cima fueron incendiadas.

Sintió cómo el silencio y el abandono se apoderaron de la pequeña montaña. Y durante cientos de años aquel fue un lugar sombrío, solitario y maldito.  Mientras tanto, la población prosperaba al otro lado del turbulento río.
 
Siguió vislumbrando en sueños escenas tenebrosas: 

La tierra se abría y el mismo infierno con sus demonios surgía de las entrañas del Cerro, tragándose a quien osaba desafiar a las fuerzas del mal.

Un anciano hechicero vivía en una angosta cueva.  Adivinaba el futuro y preparaba extrañas pociones para reyes y señores de Toledo.

De un viejo torreón en la cima brotaba el rojizo resplandor de los infiernos, aterrorizando a los habitantes de la ciudad en oscuras noches de tormenta.

En una cueva enorme y oculta, excavada en la roca del cerro, se ocultaban inmensas riquezas y una extensa estancia destinada a acoger a los poderosos de una nación amenazada. Aquella caverna fue olvidada para siempre y allí continúa un fabuloso tesoro, en las entrañas de la roca.

Y un sinfín más de visiones inconexas, siempre en el escenario del solitario Cerro del Bu: Visiones de seres de pesadilla, maléficos, deformes.  Oscuras maldiciones.  Ritos extraños. Terribles venganzas y asesinatos.  Siempre con el fondo de aquel primitivo brujo que maldijo para siempre la montaña…

Despertó bañado en sudor, tembloroso y con el corazón acelerado.  Inmediatamente sonó su teléfono móvil.  Era su amada que entre gritos, insultos y acusaciones injustas, daba por terminada su relación para siempre y cambiaba su amor por un odio irracional.  Es como si la maldición del Bú se hubiese llevado a cabo.

Parecía que la cabeza le iba a estallar.  Un dolor agudo le oprimía las sienes y no le dejaba pensar, pero un impulso extraño e inconsciente le impulsó a tomar su coche y a conducir como un loco hasta Toledo, hasta la Carretera del Valle, justo hasta la curva del puente sobre el Arroyo de la Degollada.

Bajó del vehículo y ascendió como un poseso al Cerro del Bú.  Llegó jadeando a la cima y se situó al borde del precipicio que cae sobre el rio Tajo.  Cerró los ojos y, en silencio, invocó al ancestral dios de aquella perdida tribu.  Le suplicó y le ofreció cualquier cosa a cambio del amor de aquella mujer de bellos ojos. Su alma, su vida, todo.

De pronto, su cuello se rasgó y brotó un chorro de sangre, como si un arma invisible y cortante le hubiese degollado.  

El cuerpo moribundo del hombre cayó hacia delante, hacia el profundo acantilado que da al río Tajo.  Allí se estrelló contra las rocas y quedó transformado en una masa deforme y sangrante.  Su sangre formó un reguero que se escurrió entre las piedras y penetró por una rendija, goteando sobre una extraña roca enterrada con una forma muy particular, que no parecía ser obra de la naturaleza:  Eran los restos de un ídolo antiguo, un maléfico dios olvidado. El Bú volvía a recibir su tributo de vida y de sangre.

Aquella noche se desató una gran tempestad sobre Toledo y muchos toledanos aseguraron ver un resplandor rojizo en la cumbre del Cerro del Bú.  Incluso alguno afirmó ver extrañas figuras como envueltas en fuego.  También hubo quien dijo haber oído unas sonoras carcajadas entre el ulular del viento… 

1 comentario:

  1. Anónimo9/12/2012

    fascinante ,con cada nueva historia te superas a ti mismo.
    Ariadna

    ResponderEliminar